Ayer mantuve una conversación con un amigo de esas que te hacen reflexionar y dudar sobre tus propios posicionamientos.
Le animé a participar activamente y militar en algún partido político. Yo siempre con mi “tema” 🙂 Y su respuesta es la que me hizo ver la realidad de una manera más compleja. Su respuesta fue un “NO” rotundo, aunque ya conociéndole no me sorprendió. Como dato para entender la historia recalco que mi amigo es español afrodescendiente.
No es una persona desinteresada por la política en general, ni que no tenga ideas claras de qué es lo quiere, simplemente me dijo que no estaba dispuesto a arriesgar su vida y estar en la palestra para recibir ataques de la “extrema derecha” por un país que no se lo merecía.
Mi respuesta inmediata fue llamarle cobarde y a continuación le puse sobre la mesa ejemplos de personas afrodescendientes que a pesar de tener muchos obstáculos en contra, sí han arriesgado para cambiar la sociedad y las leyes, y ahí están, luchando por sus derechos, por los de su familia, por los de otros que sufren discriminación y violencia. levantando la voz por los que no pueden, por los que tienen miedo.
Cobarde es todo lo que pude llamarle. Aunque entendí bien sus razones. A pesar de ver cómo es su vida hoy y de encontrar siempre una sonrisa amable y feliz en su cara, seguramente se haya encontrado en el camino muchas más piedras que yo. Como él bien me dijo, «no puedes saberlo, te lo imaginas».
Y pensando en esa palabra tan fea que le atribuí, “cobarde”, pensé en realidad cómo era él. Quizá no quiera complicarse la vida teniendo una proyección pública enfrascada en luchas políticas, pero es verdad que la participación política no existe sólo en una única dirección. La participación política existe en muchos ámbitos de nuestra vida. En la cultura, en las relaciones personales, en el ocio, en el trabajo.
Las relaciones de poder se dan en diferentes espacios, y tienen diferentes códigos de comunicación.
Siempre tengo muy presente aquella teoría feminista de «lo personal es político» surgido en los años 60 durante la tercera ola del feminismo, y por cierto, muy unida al movimiento negro que teoriza acerca de las políticas de identidad en Estados Unidos, y al movimiento de descolonización en Europa.
Caí en la cuenta que mi amigo no era un cobarde en absoluto. Podía haber optado por ser una persona introvertida. Podía haber optado por relacionarse sólo con afrodescendientes y participar en entornos donde no cupiese el rechazo. Sin embargo conozco pocas personas como él, valientes de verdad. Siempre participando en el ámbito de la cultura desde hace años, cultura muy diversa por cierto.
Es uno de los hombres con la mente más abierta que conozco. Su ejemplo es de una persona que ha pasado por encima de todos los estereotipos, prejuicios, nunca le visto un rechazo hacia nadie diferente a él.
Es valiente porque a pesar de sus miedos se enfrenta a ellos. Es valiente porque en su trabajo sabe y se atreve a liderar. Es valiente porque no tiene miedo a la visibilidad pública. Es valiente porque no conozco a persona con más agenda privada y social que él, y con una red de contactos con gente tan diversa como personas en el mundo. Es valiente porque es firme en sus convicciones y no se calla lo que piensa. Es valiente porque muestra su afectividad sin complejos. Es valiente porque siempre consigue que todo el que le conozca le quiera.
La Política con mayúsculas no es sólo lo que se entiende coloquialmente como tal, no es el partidismo, no es lo institucional. La Política suele entenderse como la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país, pero a mi entender la Política va mucho más allá.
Existe también la micropolítica, la política cotidiana del día a día. Siempre lo diré, no hay mejor política que la que construimos todos los minutos de nuestra vida personal, con nuestro ejemplo, y siendo coherentes. Existe la micropolítica del cambio educativo, del que todas podemos aportar nuestro grano de arena, algunas más que otras, de manera positiva y/o negativa. Unas más conscientes que otras de nuestra propia influencia en los cambios, en la mentalidad.
En concreto, la mejor política contra el racismo, la xenofobia y por el respeto a la diversidad es la que hacemos en nuestra casa, en las escuelas, en el trabajo, en las actividades socioculturales, en el ocio, con nuestras amistades, superando prejuicios y consiguiendo derribar esos esquemas preconcebidos que la gente tiene acerca de un colectivo, de una persona, de una cultura, de unos rasgos físicos o ascendencia concretos.
La micropolítica es la verdaderamente revolucionaria. No hace revoluciones en el término estricto, pero despierta conciencias.
Es la política que practican los que se niegan a sucumbir al odio, los que son insumisos a los que creen que las cosas tienen que ser como son. Es la política del teatro en la vida. Es la política de la creatividad, la política de los valientes que innovan en las relaciones con los demás. Es la política de la complicidad con los que se aburren con la monotonía, con la uniformidad, con las constricciones sociales. Es la política de los que a través de la generosidad contagian lo verdaderamente revolucionario en la población.
Una persona comprometida y que apoya la diversidad mediante gestos reales en su día a día y desde su propia vivencia no es un cobarde, es ya en sí mismo un héroe.
¡Aunque sigo diciendo que sería un buen representante público! 😉
Etiquetas: diversidad, micropolítica, política, racismo, xenofobia